Dice Alicia Aza, en su prólogo, que «en Todas las sombras podemos advertir, a lo largo de todo el poemario, el carácter de una creadora consciente de su labor poética». En sus páginas encontramos ciertos elementos de la naturaleza superpuestos sobre un elemento tan artificial como puede ser la ciudad.
En Zenda reproducimos cinco poemas de Todas las sombras (El Toro Celeste), de Inés Montes.
***
Gran Vía, 27
«Solo una vez supe para qué servía la vida»
Anne Sexton
Nada ha sido como esperabas,
y ahora sólo tienes un lugar
al que has llegado sin poseer
más que lo que te ha sido dado.
Caminas por la antigua ciudad
que albergó tu infancia,
y aún resuena el eco de tus pasos
por las calles y plazas.
El rumor de sus fuentes
te recuerda
que hay un tiempo
de inocencia
que flota en el aire
igual que las nubes
cuelgan del cielo
con ingrávida armonía.
Un viento frío
acaricia las horas.
Ni los días ni las noches,
sólo el presente que era
un espacio de cobijo,
de secretos rincones
que redoblaban tu alegría
de niña sola.
Las preguntas que volaban
y el deslumbramiento
que brotaba de cualquier cosa,
como una blanca azucena.
Pero nada ha sido como esperabas.
De repente te sobresalta un ahora
oculto entre los destellos del sol.
Ya no eres la que fuiste,
y tu mano no alcanza
lo que nunca llegó a ser.
Aceptas que
cuanto has perdido
lo perdiste para siempre.
***
Territorio de ceniza
Quemé los frágiles puentes
y no preservé nada,
porque todo lo que tenía
estaba mordido
por la herrumbre.
Más tarde llegó
el insomnio de las lluvias,
y el rumor
de sus aguas sonoras
sepultando el umbral
de aquellos días,
que fueron espejos
sin límites.
Aposté mi destino
por la debilidad
y por la fuerza
de todos a los que amé
y me amaron.
Aposté contra la mentira,
que es la música
que brota de la cuerda,
pero no hubo señal
ni gracia que marcara
un camino.
Atravesé desastres
y refugios prometidos.
Mis pies cayeron más abajo
de lo que puede caer la lluvia,
y mis ojos descubrieron
un lugar sin retorno.
Con una herida fiel
ardiendo frente al mar,
llegué a ese territorio de ceniza
que hoy me besa el corazón.
***
La playa
La luz del verano se derrama
sobre la realidad de las cosas.
Es tan nítida que puedes leer
en la boca de las piedras
sus palabras.
El mar incesante recibe los cuerpos
de unos bañistas que no dejan de celebrarlo.
Los observo sentada en la arena de la playa.
Mis ojos se detienen en una niña
frágil y oscura
que juega en la orilla
y pienso en ese instante
puro y eterno
en el que todos fuimos
incondicionalmente felices
como hoy lo es ella,
ignorante de las sombras
que poblarán su vida.
También yo fui como ella,
con esa avaricia por la alegría,
cuando todo era una ráfaga
de misterios por descubrir
y cada día guardaba en su interior
un nuevo prodigio.
Mantuve dentro de mí la luz
que emana ahora de ella
una luz que ya no reconozco
y que desde el olvido me ciega.
***
I
Miro caer la tarde desde lo mas alto, observo los últimos rayos del sol devorándose a sí mismos e impregnando la ciudad con su luz rojiza. He atravesado el resplandor del desierto, la opaca densidad de la noche, la jauría de los tiempos. Quiero cerrar los ojos igual que la esfinge de Naxos para sonreír a la muerte y comprender la errática belleza de lo desconocido. Todos los signos me acercaron a ese lugar que está en otra parte, pero eran solo brasas desvanecidas en la memoria. El día se pierde en la oscuridad. Vuelo sobre los tejados de bronce y las columnas de humo. A lo lejos están las palabras que se niegan a ser borradas de la nada y escriben el último abrazo que pueda detener la incomprensible maquinaria del mundo.
***
VIII
Entre las rocas arde un fuego que no se apaga. Sobrevuelo con alas cansadas este desierto de piedra. A lo lejos se alzan gigantescos arcos entre el cielo y la tierra abrazando el rostro del tiempo. En este territorio donde todo es posible sentirás que la noche es más fuerte que tu miedo, que en sus piedras late un corazón enfrentado al espejismo de la muerte. Ellas te guiarán por este reino solitario de extrema belleza. Aquí no hay raíces ni ataduras, sólo los semblantes de las rocas que como en la vigilia de un sueño se agolpan bajo un cielo pensativo. Tú eres una huella mínima que con un leve gesto podrá ser borrada por la luz que alberga los días. El cuenco de tu mano es un espacio donde yace todo lo que creías olvidado.
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Autora: Inés Montes. Título: Todas las sombras. Editorial: El Toro Celeste. Venta: Todos tus libros.
BIO
Inés Montes es poeta y narradora. Nació en Málaga y en su universidad se licenció en Filología Hispánica, llegando a realizar los cursos de doctorado en Periodismo. Asimismo, se licenció en Teoría de la Literatura y Literaturas Comparadas en la Universidad de Granada.
Su obra poética está recogida en diversas antologías, entre otras Mujeres de carne y verso (La Esfera de los Libros, 2002), así como en catálogos y revistas literarias. Una muestra de su narrativa apareció en El Maquinista de la Generación (Centro Cultural Generación del 27, 2007). Como fotógrafa, ha publicado trabajos gráficos en las revistas culturales de difusión nacional Puerta Oscura y Bulevar.
Es autora de los poemarios La noche y los días (1992), Fronteras (2014), publicación traducida al francés, en la que desarrolla un discurso estético donde la imagen y la palabra se conjugan, El canto inaudito (2017, I Premio Literario Himilce de Poesía Escrita por Mujeres) y Un lugar al borde de las cosas (2018).
En 2017 recibió el Premio Jábega como reconocimiento a su obra literaria. Su libro de relatos De repente, siempre es tarde (2020) obtuvo el Premio Andalucía de la Crítica 2021.
Foto: Ignacio del Río.
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