Para qué andarse con rodeos. Digámoslo alto y claro: “El arte no es un proceso democrático ni un proceso social, sino todo lo contrario. Debe ser implacable”. La sentencia no anda muy lejos de aquellos versos de las Soledades de Antonio Machado cuando hablaba de la segunda inocencia en la que uno se instala cuando ya no cree en nada. La refiere Ferdinand von Schirach (Múnich, 1964) al hablar del arte implacable, asentimental y preciso de Michael Haneke, pero vale para este abogado criminalista reconvertido en narrador de éxito desde que irrumpiera en el mundo editorial alemán con los relatos de Crímenes (2009, Premio Kleist, un año en la lista de best sellers del diario Der Spiegel), a los que les siguieron los que se contienen en Culpa, también basados en experiencias legales. Eran casos que habían pasado por su gabinete como abogado defensor antes de reimaginarlos para la ficción, que ya se sabe que no es otra cosa que la realidad ordenada. Luego llegarían las novelas El caso Collini y Tabú, además de la obra teatral Terror.
El nombre de Von Schirach es sinónimo de relato eficaz, que es ese artefacto que bebe tanto de lo bien medido como de lo mejor dispuesto. Poco importa que la trama contenga ecos de realidad, pues ¿cuál no los tiene? Lo mejor de todo es que el resultado dista muchas leguas de las vespertinas muestras de ficción basada en hechos reales tan del gusto de sus paisanos, las mismas que inundan las televisiones de media Europa y algo más allá. No, si algo le debe el autor de Café y cigarrillos a la ficción germánica es el gusto por el distanciamiento irónico y el lenguaje elaborado sin caer en los barroquismos de Thomas Mann o los experimentalismos de Peter Handke. De los narradores de Ferdinand von Schirach bien podría hablarse de discreción estilística. En cuanto a la discreción emocional, que persiste desde sus primeros relatos, se abre con este nuevo volumen híbrido a otros universos más personales. Es sabido que sus antepasados fueron peregrinos del Mayflower y que él es descendiente de dos de los signatarios de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, así como de los padres fundadores de los Estados Unidos. Por si fuera poco, también es nieto del jefe de las Juventudes Hitlerianas, Baldur von Schirach. Tal vez por esa suerte de contrastes, el escritor advierte de las caídas en la ridiculez que asolan el mundo contemporáneo y los aplausos huecos de quienes secundan las bufonadas, como aquel “artista extremo” que incubó hace poco en París una docena de polluelos ante la mirada cómplice del mismísimo Presidente de la República. Así se recoge en el libro.
Lo de tomar café viene del momento sagrado de la escritura, el tiempo en el que alguien que ha entendido los mecanismos que rigen el mundo hace un alto en el camino, pausa sus quehaceres y se da al arte de la lectura o a la escucha activa de lo inmediato, que tanto pasa por una noticia periodística como por una diatriba de la peluquera de confianza que lo aborda a uno en esos momentos de suspensión placentera. Es entonces cuando aparece la nueva faceta que permanecía escasamente diluida hasta ahora en las historias de Von Schirach. Hay aquí un posicionamiento singular ante el mundo repleto de sensatez y ajeno a modas o tendencias amparadas en la corrección más insustancial. En cuanto al miedo a la cancelación, ni se le supone, ni se lo espera, por suerte para sus adeptos.
Lo de los cigarrillos es como la sinestesia que lo acompaña desde bien pronto, no lo define, pero siempre va con él. El humo envuelve a Von Schirach, o a nosotros cuando nos adentramos en la prosa con la que enaltece al género, aquí más misceláneo que nunca, caprichoso, divertido, audaz, insolente cuando es preciso, y siempre, siempre, poderoso, hasta en lo más insignificante. De hecho, en esa falsa sensación de ligereza estriba la potencia narrativa de los textos de Von Schirach; en eso y en la tersa tibieza de su prosa, limpia como la brillante piel turgente de una ciruela estival. Un narrador que mira con ternura y comprensión tanto el último gesto mortal de Stefan Zweig como el íntimo juicio moral que dejó escrito en su diario personal Thomas Mann sobre el fatídico hecho. En esto de vivir, cada cual fracasa a su manera, nos advierte Von Schirach, pero tampoco deja de mostrar a quien desee apreciarlo que “la facilidad es un color y, siempre, tan sólo un momento”. Con algo de humor, escasa vanidad, el ego domesticado, tesón para lo que importa y un poco de suerte, puede dominarse el arte de vivir, o cuando menos, que entre en la esfera de lo aceptable. Ya, ya, es la vida la que nos domestica, pero en esto de las ilusiones y querencias uno puede imaginar a su gusto. Y lo que vale para imaginar vale para recordar, pues “somos solamente lo que recordamos.”
Ferdinand von Schirach recuerda, y cuánto, y cómo. Lo mejor de todo es que además en estas cuarenta y ocho piezas breves sabe contarlo, que no es sino un modo de recordar poniendo orden en la memoria. Con múltiples temas y enfoques narrativos, desde la confesión al apunte volandero, desde lo sentencioso a lo engañosamente banal, desde lo íntimo a lo universal, el autor de Café y cigarrillos vuelve a deleitarnos con asuntos que a todos nos conciernen. Epicureísta irredento, sabe bien que en el buen arte está la salvación. Ahí y en esos momentos de placer que han de robarse al existir cotidiano para que no acabemos como aquel empresario que leyó unos inspiradores poemas de Goethe en la celda en la que guardaba condena y trató de enmendarse al salir (el arte socorre en ocasiones), pero resultó inútil. Ya anciano, se le acercó al narrador en su fiesta de homenaje civil y le dijo que “esta condenada vida me ha hecho trampa: todo ha ido demasiado deprisa.” Tomaremos nota. De momento, esta lectura proporciona algo de sosiego con el que tratar de demorar un tiempo que jamás perdona en su avance inclemente.
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Autor: Ferdinand von Schirach. Título: Café y cigarrillos. Traducción: Susana Andrés Font. Editorial: Salamandra. Venta: Todos tus libros.
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