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¿Escribir sin saber qué escribir? Pues muy bien

¿Escribir sin saber qué escribir? Pues muy bien

En Ventaquemada, pueblo de apodos y pasados, una mujer, doña Urraca Alcolea, toma un buen día asiento a la sombra del único naranjo de su finca y, para sorpresa de sus vecinos, anuncia que se quedará ahí hasta que venga a buscarla la muerte. El resto es una novela de gran belleza y mayor profundidad.

En este making of Jaime Riba Arango cuenta cómo escribió Urraca, Urraquita, Urraquitita (Dos Bigotes).

***

Todo tiene, irremediablemente, un comienzo. Mi novela —titulada, también de forma irremediable, Urraca, Urraquita, Urraquitita— lo tiene, como no podía ser de otra manera.

Se espera, debido a los estereotipos que todo lo generalizan, que un escritor o escritora tiene que tener pensado un tema que sea capaz de trascender. Una idea que todo lo pueda, para que su OBRA sea (por eso lo he escrito así) mayúscula.

En mi caso, nada me parecía más aburrido e inabarcable.

Urraca, Urraquita, Urraquitita nace de una simple, aunque peculiar, premisa: ¿qué ocurriría si una señora de cierta edad decidiera sentarse bajo un naranjo para no moverse nunca más?

«¿Por qué?», me pregunté.

«Y yo qué sé», me respondí. «Es pronto para saberlo».

«¿Y a qué se sienta?», me volví a preguntar.

«Para eso sí tengo respuesta: a esperar».

«¿Y qué espera?».

"Lo poco que puede esperar alguien que se entrega a la quietud eterna es la muerte. Pero no una muerte trágica, sino una muerte burlona, ridícula, cómplice"

Aquel sendero de pensamiento más o menos lógico desembocaba en un terreno que, aun siendo desconocido, me cautivó. ¿Qué puede esperar una mujer —un hombre, cualquier ser vivo, tanto da— que ha decidido sentarse bajo un naranjo para siempre?

Piénsenlo, es sencillo.

Lo poco que puede esperar alguien que se entrega a la quietud eterna es la muerte. Pero no una muerte trágica —o, al menos, no solo trágica—, sino una muerte burlona, ridícula, cómplice.

Mi punto de partida se había establecido. Todo lo demás —personajes, escenarios, conflictos— vino con mayor o menor precipitación, incluso aquello tan sagrado como es el TEMA y los SUBTEMAS.

"Únicamente tuve que esperar a que quisiera aflorar. A que yo encontrara el camino entre lo que quería escribir y lo que estaba escribiendo"

Aparecieron, en mi caso, sin más. O, mejor dicho, me arrollaron con la misma fuerza con la que embiste la relación establecida entre espera y muerte. Ahora, a posteriori, veo que el tema del que habla Urraca, Urraquita, Urraquitita no es otro que la herencia familiar que se contagia imparable de madres a hijas. De algún modo, estaba dentro de mí. Siempre me había interesado. ¿Cómo no iba a querer escribir sobre ello, aunque fuera inconsciente?

Únicamente tuve que esperar a que quisiera aflorar. A que yo —único responsable— encontrara el camino entre lo que quería escribir y lo que estaba escribiendo. Porque sí: escribí, escribí y escribí sin saber lo que escribía. Vaya una locura.

Una novela pensada para mí.

Todos tenemos privilegios, y el mío es que, antes de querer ser escritor, ya era actor. Si algo he aprendido sobre los escenarios es que no existe obra teatral que esté cercana a lo divino. Ninguna de ellas. Ni tan siquiera los textos de un hombrecillo al que llaman Shakespeare.

Para poder interpretar a un personaje hay que entenderlo. Y para entenderlo, hay que colocarlo como a un igual, ubicarlo frente a ti, a la misma altura, mirarlo a los ojos, y no dejar que se eleve sobre nuestras cabezas como si fuera un Dios inalcanzable.

"Urraca, Urraquita, Urraquitita es una novela que ha exprimido todos mis recuerdos, mis vivencias, mis imágenes, para crear una novela que nada tiene que ver con la autoficción"

Para mí —y partiendo de donde parto—, escribir e interpretar son términos que van agarrados de la mano. Lo tuve claro: mis personajes —Doña Urraca, Teresa la Ternerona, La Manola, los otros— debían ser humanos, es decir, irreverentes, hipócritas, desalmados, pero, también, empáticos, vulnerables, salerosos.

Cuando hablo de “escribir para mí”, hablo de “escribir para comprender”, en este caso, la condición humana. Escribir Urraca, Urraquita, Urraquitita ha sido un trabajo de investigación, donde los “errores” eran aprovechados (al igual que en el teatro) para acercarme a un texto con aristas, cargado de palmadas al lector que despertaran la curiosidad. Así nacen personajes como Otis el Gorrino, La Candelaria o Prudencio, o símbolos como las manzanas, las moscas o la golondrina. Son simplemente eso: palmadas al lector.

Mi texto guarda los secretos.

De esos errores —Regalos de los Dioses, los llamo— han nacido refugios para mis secretos, los cuales se han arrinconado entre las frases escritas. Y es que Urraca, Urraquita, Urraquitita es una novela que ha exprimido todos mis recuerdos, mis vivencias, mis imágenes, para crear una novela que nada tiene que ver con la autoficción.

"¿Cómo atreverme a escribir una historia como Urraca, Urraquita, Urraquitita donde sus protagonistas estaban enraizadas a ese desierto, incluso antes de nacer?"

Aparecen los trágicos páramos almerienses, todos ellos escenarios similares a los de mi infancia. La tierra, el barro rojinaranja que cae del cielo a goterones. Las gallinas, libres ellas, sin gallo. Los caminos secos, los barrizales y las zanjas. Las hortalizas de temporada y los guisos de cuchara. En definitiva, la identidad de una comunidad.

No podía dejar fuera, entonces, aquellos vocablos que pueden sonar vulgares en los oídos inexpertos, pero que, sin embargo, son ricos por el simple hecho de haber sido pulidos durante generaciones. Son, por ejemplo, palabras como tranco —que no es otra cosa que el escalón que separa la calle de la puerta principal de una casa— o roilla —trapo ajado por naturaleza. ¿Cómo atreverme a escribir una historia como Urraca, Urraquita, Urraquitita donde sus protagonistas estaban enraizadas a ese desierto, incluso antes de nacer? ¿Cómo dar la espalda a la provincia que me vio desarrollar mis instintos? No. Me negué a negarme a mí mismo.

Lo digo bien claro: Urraca, Urraquita, Urraquitita es un grito que pretende otorgar dignidad y justicia a una comarca maltratada y olvidada, a sus gentes y a sus expresiones. Porque yo, autor primerizo, no quiero escribir bien; quiero escribir libre.

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Autor: Jaime Riba Arango. Título: Urraca, Urraquita, Urraquitita. Editorial: Dos Bigotes. Venta: Todos tus libros.

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