Mamen Monsoriu comenzó este relato bajo el influjo de la poeta uruguaya Idea Vilariño, amante de Juan Carlos Onetti, a lo largo de dos décadas, a partir de mediados de los cuarenta del pasado siglo. Al poco de conocerse, él se separó de su primera esposa pero no se casó con ella, sino con la violinista argentina Dorothea Muhr. Su relación con Idea, nombre que debió a un padre anarquista y también poeta, aunque no llegara a publicar, fue tormentosa y atormentada, extraordinariamente literaria, como no podía ser de otra manera al tratarse de un duelo emocional entre dos grandes maestros de la palabra. Ambos formaron parte de la llamada Generación del 45 y recibieron importantes premios: Onetti el Miguel de Cervantes en 1980, Vilariño el Premio Konex Mercosur a las Letras, otorgado por la fundación argentina del mismo nombre, en 2004. Ambos escribieron hermosos poemas inspirados en su conflicto íntimo, en la tensión entre su deseo y la realidad que lo coartaba.
La historia habla de amor. De amor y desamor, de encuentros y desencuentros, pero no es una novela romántica, y mucho menos un libro de autoayuda, aunque sí ayuda a comprender los motivos por los que una mujer emancipada y libre es atrapada en una relación vicaria, algo enfermiza y morbosa, en la que siempre ocupa un segundo plano. También sirve como guía para navegantes desorientados que se adentran en el cada vez más convulso océano de los afectos, donde igual sopla la galerna que reina la calma chicha. Navegantes de ambos sexos, también existen Segundos que se enfrentan a cantos de sirena, leviatanes y espejismos.
Celia tiene 17 años cuando una noche de San Juan conoce a Fer en una fiesta que celebra, como cada verano, su grupo de amigos. Ella es extrovertida, espíritu de líder, y al sentirse atraída por ese chico nuevo de aspecto tímido que le parece interesante no duda en seducirlo. No le cuesta demasiado y se inicia el típico ligue estival. Ya en la universidad, Celia, enamorada hasta las cachas, aunque intenta disimularlo bajo el disfraz de una amistad con derecho a roce, le pide que la desvirgue con el pretexto de no parecer una pazguata cuando haga el amor con su primera pareja oficial.
Lo que podría ser el inicio de un hermoso amor juvenil emprende otro rumbo porque Fer, un narcisista y seductor de manual, emprende una aventura con una compañera explosiva, mientras usa a Celia como confidente y paño de lágrimas. «Ella ha aprendido a disimular los celos, con la maestría del que presta su atención por no tener nada mejor que ofrecer. Pero lo que le quema las entrañas no se puede aguantar durante mucho tiempo». Decide poner distancia y marcha a los Países Bajos a buscarse la vida, una estancia de dos años que le ventila la mente, pero a la postre la nostalgia la hace regresar y se reinicia de nuevo la misma dinámica con etapas mejores y peores.
«Ser la otra tiene su encanto. La otra es el vértice flexible del triángulo amoroso. La que no tiene que lidiar con discusiones, ni compromisos, ni responsabilidades afectivas. Ser la otra tiene su encanto. Hasta que, en una comida familiar, alguien te pregunta si tienes pareja. Y tú, que llevas años haciendo vida de pareja, tienes que responder que no. Hasta que vas a una boda en la que todo el mundo tiene a alguien con quien bailar pegado menos tú. Hasta que pagas sola el alquiler de un piso donde casi nunca estás sola. Hasta que llegan las fechas reservadas para el amor y nadie te dice “te quiero”. Entonces, todo se tuerce».
Más que una historia de amor, La segunda es una historia sobre el poder liberador de dejar ir las narrativas que nos dañan y aprender a escribir las propias. A través del personaje de Celia, la autora muestra lo difícil que es romper un ciclo, pero también su efecto sanador cuando finalmente se logra. Lo que siente Celia por Fer es una dependencia emocional disfrazada de pasión. Su atracción es como una droga: cuando están juntos, la intensidad es absoluta; cuando están separados, la angustia y el anhelo la devoran. En su mente, Celia cree que Fer es el único que puede “curarla” de ese deseo que experimenta y esa falsa creencia la lleva a aceptar migajas a cambio de la ilusión de una conexión especial. Pero al final, el deseo por sí solo no construye una relación, solo la prolonga en el tiempo sin un destino claro. Fer, por su parte, usa egoístamente su amistad con Celia como una excusa para mantenerla cerca, sin comprometerse, mientras revolotea de flor en flor.
Monsoriu pone el foco en la pareja. La aísla en una placa petri bajo el microscopio para viviseccionar sentimientos y emociones, especialmente los que ella va experimentando a lo largo de su guadiánica relación de dos décadas, hasta que, en una liberadora epifanía, lo manda a hacer puñetas. Todo a su alrededor está difuminado, insinuado apenas. Sabemos que viven en una gran ciudad que podría ser Valencia, que son de clase media alta, pero no conocemos a sus respectivas familias ni a sus amigos, excepto a un tal Alberto, al novio efímero de Celia, Víctor, y a las las sucesivas novias de Fer, que resulta todo un donjuan.
La escritora valenciana muestra de nuevo su perspicacia psicológica y claridad de ideas. Aunque abandonó la ciencia (estudió Biotecnología en la Politécnica de Valencia) para dedicarse a la literatura como poeta, narradora y librera, además de formar parte de la Junta directiva de CLAVE, su mente es analítica a la hora de abordar los temas que le interesan. Me cuenta que acaricia la idea de regresar a la poesía con la que se inició en las letras. ¿Influjo tal vez de Vilariño? Poesía en clave feminista para mujeres que pasan de la lírica. Espero leerla. ¡Mecachis! Se me olvidó preguntarle qué significa la imagen de la cubierta, tres quinceañeras en biquini vistas de espaldas. Supongo que se trata de uno de esos misterios del márketing editorial. En todo caso el libro no es una chorrada para adolescentes, lo puedo garantizar.
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